lunes, 30 de septiembre de 2013

Los escritores inútiles, de Ermanno Cavazzoni






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Hubo épocas en la historia del hombre en las que los milagros eran enormes y continuos; a lo mejor las divinidades vivían a baja altura e interferían con el género humano -decía un escritor ateo y sardónico. Hoy -decía- los milagros parecen muy modestos, limitados al sector de la sanidad, una llaga que no cicatriza, una artritis curada, nada más. ¿Por qué, por ejemplo, no se ayuda a la policía con un milagro para acabar con la mafia? ¿Por qué no se salda la deuda pública equilibrando el balance estatal? Esto además evitaría muchos milagros parciales y menores en familias pobres de desocupados, en jubilados, en inválidos indigentes. Y la cuestión teológica volvería a aclararse. Pero también -decía- si simplemente se abriese el mar, por ejemplo entre Civitavecchia y Cerdeña y una voz desde el cielo invitase a todos a pasar, directamente en auto, para ir de vacaciones; a lo mejor justamente el 1º de agosto, cuando se da el gran éxodo estival y hay que estar esperando un trasbordador bajo el sol ardiente. Bien, éste sería un verdadero y poderoso milagro que indicaría el estado de plena salud del Omnipotente. A lo mejor el mar podía quedar abierto todo el verano, desde el 1º de julio hasta el 30 de agosto, permitiendo también el regreso de los turistas a lo largo del fondo marino por  tres o cuatro carriles. Después, a la mañana del 1º de septiembre, el mar podría volver a cerrarse; si hubiese algún retrasado o algún pescador en auto o en moto, alguno detenido besándose en el carril de emergencia, un auto cargado de sodomitas más allá de lo permitido o uno que manejara sin registro, puteando , o algún incrédulo, pedante y escéptico, detenido donde está prohibido estacionar reflexionando sobre el milagro; bien, estos podrían ser sumergidos en el mar, porque un milagro, si es decidido y poderoso, además del bien puede provocar muertes. Nosotros no podemos conocer el designio divino y sus juicios sobre los hombres, especialmente durante el regreso de las vacaciones.
Esto era lo que decía públicamente el escritor ateo. Y bien, este escritor ateo un verano estaba de vacaciones en Cerdeña con su esposa y sus dos hijos. La esposa era atea, los hijos, dado que eran pequeños, agnósticos. Estaban en el auto, en fila hacía tres horas para embarcarse y volver a Italia. El sol era tremendo y la familia estaba deshidratada, al igual que los turistas de la larguísima fila, ya que los bares estaban cerrados y no había ni una fuente de agua potable ni una canilla. Además el embarque parecía siempre inminente y cada tanto se oía el silbato de llamada. Eran las tres de la tarde de 21 de agosto cuando se oyó el silbato de llamada cada vez más fuerte y, por así decirlo, cada vez más fragoroso, como cuando se corre la cadena y se abre el portón del ferry. Este silbato lo oyeron todos, y todos vieron claramente que el mar se abría. Y vieron una ruta asfaltada que pasaba por el fondo del puerto, hacía una amplia curva y se alejaba en el mar, hasta más allá del horizonte. La ruta era húmeda y con algunos charcos, pero estaba bien mantenida y daba una sensación de fresco. Había signos de pintura en el suelo; pero, algunos refirieron, no era nuestra señalización, parecía arcaica o del Oriente Medio. Incluso se veía claramente a los cangrejos atravesar a pequeñas carreras el fondo asfaltado. El escritor fue el primero en encender el motor, llamar a los niños, cerrar las puertas, enganchar los cinturones de seguridad y salir muy excitado a gran velocidad. Había visto la rampa que los otros no habían visto, que bajaba desde el muelle justo delante de él. El agua no esperó más que pocos segundos para cerrarse. El auto, con sus ocupantes, al cabo de más de una hora, fue rescatado a no más de tres metros del muelle. Después de lo cual ninguno estaba seguro de lo que había pasado. Decían que el escritor, al partir, le había gritado algo no se sabe a quién.
El resto de la tarde fue todavía más caluroso. Los autos parecían arder; el cemento del muelle calentaba tanto el aire que la visión de las costas y del mar se distorsionaba maravillosamente.


sábado, 28 de septiembre de 2013

Las enseñanzas de don Juan, de Carlos Castaneda








Cuando me disponía a partir, decidí preguntarle una vez más por los enemigos de un hombre de conocimiento. Aduje que no podría regresar en algún tiempo y sería buena idea escribir lo que él dijese y meditar en ello mientras estaba fuera.
Titubeó un rato, pero luego comenzó a hablar.
-Cuando un hombre empieza a aprender, nunca sabe lo que va a encontrar. Su propósito es deficiente; su intención es vaga. Espera recompensas que nunca llegarán, pues no sabe nada de los trabajos que cuesta aprender.
"Pero uno aprende así, poquito a poquito al comienzo, luego más y más. Y sus pensamientos se dan de topetazos y se hunden en la nada. Lo que se aprende no es nunca lo que uno creía. Y así se comienza a tener miedo. El conocimiento no es nunca lo que uno se espera. Cada paso del aprendizaje es un atolladero, y el miedo que el hombre experimenta empieza a crecer sin misericordia, sin ceder. Su propósito se convierte en un campo de batalla.
"Y así ha tropezado con el primero de sus enemigos naturales: ¡el miedo! Un enemigo terrible: traicionero y enredado como los cardos. Se queda oculto en cada recodo del camino, acechando,
esperando. Y si el hombre, aterrado en su presencia, echa a correr, su enemigo habrá puesto fin a su búsqueda."
-¿Qué le pasa al hombre si corre por miedo?
-Nada le pasa, sólo que jamás aprenderá. Nunca llega rá a ser hombre de conocimiento.
Llegará a ser un ma leante, o un cobarde cualquiera, un hombre inofensivo, asustado; de cualquier modo, será un hombre vencido. Su primer enemigo habrá puesto fin a sus ansias.
-¿Y qué puede hacer para superar el miedo?
-La respuesta es muy sencilla. No debe correr. Debe desafiar a su miedo, y pese a él debe dar el siguiente paso en su aprendizaje, y el siguiente, y el siguiente. Debe estar lleno de miedo, pero no debe detenerse. ¡Esa es la regla! Y llega un momento en que su primer enemigo se retira. El hombre empieza a sentirse seguro de si. Su propósito se fortalece. Aprender no es ya una tarea aterradora.
"Cuando llega ese momento gozoso, el hombre puede decir sin duda que ha vencido a su primer enemigo natural."
-¿Ocurre de golpe, don Juan, o poco a poco?
-Ocurre poco a poco, y sin embargo el miedo se conquista rápido y de repente.
-¿Pero no volverá el hombre a tener miedo si algo nuevo le pasa?
-No. Una vez que un hombre ha conquistado el miedo, está libre de él por el resto de su vida, porque a cambio del miedo ha adquirido la claridad: una claridad de mente que borra el miedo.
Para entonces, un hombre conoce sus deseos; sabe cómo satisfacer esos deseos. Puede prever los nuevos pasos del aprendizaje, y una claridad nítida lo rodea todo. El hombre siente que nada está oculto,
"Y así ha encontrado a su segundo enemigo: ¡la claridad! Esa claridad de mente, tan difícil de obtener, dispersa el miedo, pero también ciega.
"Fuerza al hombre a no dudar nunca de sí. Le da la segur idad de que puede hacer cuanto se le antoje, porque todo lo que ve lo ve con claridad. Y tiene valor porque tiene claridad, y no se detiene en nada porque tiene claridad. Pero todo eso es un error; es como si viera algo claro peto incompleto. Si el hombre se rinde a esa ilusión. de poder, ha sucumbido a su segundo enemigo y será torpe para aprender. Se apurará cuando debía ser paciente, o será paciente cuando debería apurarse. Y tonteará con el aprendizaje, hasta que termine incapaz de aprender nada más.
-¿Qué pasa con un hombre derrotado en esa forma, don Juan? ¿Muere en consecuencia?
-No, no muere. Su segundo enemigo nomás ha parado en seco sus intentos de hacerse hombre de conocimiento; en vez de eso, el hombre puede volverse un guerrero impetuo so, o un payaso.
Pero la claridad que tan caro ha pagado no volverá a transformarse en oscuridad y miedo. Será claro mientras viva, pero ya no aprenderá ni ansiará nada.
-Pero ¿qué tiene que hacer para evitar la derrota?
-Debe hacer lo que hizo con el miedo: debe desafiar su claridad y usarla sólo para ver, y esperar con paciencia y medir con tiento antes de dar otros pasos; debe pensar, sobre todo, que su claridad es casi un error. Y vendrá un momento en que comprenda que su claridad era sólo un punto delante de sus ojos. Y así habrá vencido a su segundo enemigo, y llegará a una posición donde nada puede ya dañarlo. Esto no será un error ni tampoco una ilusión. No será solamente un punto delante de sus ojos. Ése será el verdadero poder.
"Sabrá entonces que el poder tanto tiempo perseguido es suyo por fin. Puede hacer con él lo que se le antoje. Su aliado está a sus órdenes. Su deseo es la regla. Ve claro y parejo todo cuanto hay alrededor. Pero también ha tropezado con su tercer enemigo: ¡el poder!
"El poder es el más fuerte de todos los enemigos. Y naturalmente, lo más fácil es rendirse; después de todo, el hombre es de veras invencible. Él manda; empieza tomando riesgos calculados y termina haciendo reglas, porque es el amo del poder.
"Un hombre en esta etapa apenas advierte que su tercer enemigo se cierne sobre él. Y de pronto, sin saber, habrá sin duda perdido la batalla. Su enemigo lo habrá transformado en un hombre cruel, caprichoso."
-¿Perderá su poder?
-No, nunca perderá su claridad ni su poder.
-¿Entonces qué lo distinguirá de un hombre de conocimiento?
-Un hombre vencido por el poder muere sin saber realmente cómo manejarlo. El poder es sólo un carga sobre su destino. Un hombre así no tiene dominio de si mismo, ni puede decir cómo ni cuándo usar su poder.
-La derrota a manos de cualquiera de estos enemigos ¿es definitiva?
-Claro que es definitiva. Cuando uno de estos enemigos vence a un hombre, no hay nada que hacer.
-¿Es posible, por ejemplo, que el hombre vencido por el poder vea su error y se corrija?
-No. Una vez que un hombre se rinde, está acabado.
-¿Pero si el poder lo ciega temporalmente y luego él lo rechaza?
-Eso quiere decir que la batalla sigue. Quiere decir que todavía está tratando de volverse hombre de conocimiento. Un hombre está vencido sólo cuando ya no hace la lucha y se abandona.
-Pero entonces, don Juan, es posible que un hombre se abandone al miedo durante años, pero  finalmente lo conquiste
-No, eso no es cierto. Si se rinde al miedo nunca lo conquistará, porque se asustará de aprender y no volverá a hacer la prueba. Pero si trata de aprender durante años, en medio de su miedo, terminará conquistándolo porque nunca se habrá abandonado a él en realidad.
-¿Cómo puede vencer a su tercer enemigo, don Juan?
-Tiene que desafiarlo, con toda intención. Tiene que llegar a darse cuenta de que el poder que aparentemente ha conquistado no es nunca suyo en verdad. Debe tenerse a raya a todas horas, manejando con tiento, y con fe todo lo que ha aprendido. Si puede ver que, sin control sobre sí mismo, la claridad y el poder son peores que los errores, llegará a un punto en el que todo se domina. Entonces sabrá cómo y cuándo usar su poder. Y así habrá vencido a su tercer enemigo.
"El hombre estará, para entonces, al fin de su travesía por el camino del conocimiento, y casi sin advertencia tropezará con su último enemigo: ¡la vejez! Este enemigo es el más cruel de todos, el único al que no se puede vencer por completo; el enemigo al que solamente podrá ahuyentar por un instante.
"Este es el tiempo en que un hombre ya no tiene miedos, ya no tiene claridad impaciente; un tiempo en que todo su poder está bajo control, pero también el tiempo en el que siente un deseo constante de descansar. Si se rinde por entero a su deseo de acostarse y olvidar, si se arrulla en la fatiga, habrá perdido el último asalto, y su enemigo lo reducirá a una débil criatura vieja. Su deseo de retirarse vencerá toda su claridad, su poder y su conocimiento.
"Pero si el hombre se sacude el cansancio y vive su destino hasta el final, puede entonces ser llamado hombre de conocimiento, aunque sea tan sólo por esos momentitos en que logra ahuyentar al último enemigo, el enemigo invencible. Esos momentos de claridad, poder y conocimiento son suficientes."